Elogio de los Intactos


 

Ahora que ya ha pasado la primera parte de la plandemia, es momento de mirar atrás y ver lo sucedido con cierta perspectiva.

Una de las cuestiones que más debería de llamarnos la atención son los intactos. Es decir, aquellas personas que no consintieron que les inocularan ni una dosis de los vacunoides, desarrollados supuestamente para evitar contagiarse, contagiar a otros o minimizar los síntomas de una enfermedad cuyos efectos prácticos eran parecidos a una gripe aguda.

Los intactos son realmente la esperanza de nuestra sociedad porque han sido capaces de resistir una de las mayores presiones de las que somos conscientes; al menos en mi corta vida. Yo nunca he visto algo semejante a mi alrededor hasta que vino la histeria colectiva covidiana azuzada por unos media desquiciados que no hacían sino añadir, cada día, más y más madera al fuego de una alarma en permanente actividad.

Los intactos han tenido que soportar no sólo la presión legislativa y policial, sino que también han tenido que soportar la incomprensión y rechazo de sus propios familiares, vecinos de escalera, supuestos amigos o incluso a compañeros de trabajo y médicos.

Aguantar semejante presión durante tanto tiempo y por tanta gente, demuestra unas dotes de valentía, tenacidad y aguante, dignas de nuestro elogio más sincero.

Pero al mismo tiempo, han sido personas que han demostrado, estando dentro de nuestra misma sociedad, mantenerse fuera del esquema mental tejido con perseverancia por aquellos que intentan dominarnos, sin que lo sepamos.

Son personas con espíritu crítico, disidencia escondida que emplea fuentes de información alternativas; que no se fia de las "tradicionales", en las que han visto una homogeneidad tan asfixiante como elocuente. Esta disidencia puede ser tu vecino, el señor que está en el bar, un profesor de tu hijo o cualquiera de esas personas que fueron los primeros en quitarse las mascarillas en cuanto les dejaron el más mínimo resquicio.

Los intactos son los que nos llenan de esperanza. Sin duda, son la vanguardia, los que estarán en la primera línea si esto vuelve a suceder de nuevo. Son la sal del guiso. Son lo que hace que TODA la comida realce su sabor y una de las razones por las cuales uno desearía vivir en una sociedad de intactos. Son la garantía de que nuestra lucha por una sociedad más libre tiene un sentido, y una esperanza.

Ellos representan el núcleo duro de nuestra civilización, el katejon que impide que triunfe la barbarie que nos intentan imponer, las restricciones de unas libertades ganadas por nuestros abuelos a precio de sangre. Y ahora, a precio de la sangre de todos los que no se doblegado ante la insolencia caprichosa de un poder que se nos ha sido arrebatado y que otros aprovechan para aplicarnoslo en contra de nosotros mismos.

Los intactos están a otro nivel. Simplemente al nivel al que deberíamos estar todos y que nos denuncian nuestro comportamiento de gallinas revoloteando por un suelo lleno de estiercol que no nos corresponde como águilas que somos.

No son superhéroes. Son simplemente ciudadanos libres y normales que han demostrado serlo. Los héroes siempre surgen de una multitud anónima egoista y amedrentada que sucumbe. Los héroes son gente normal que en un momento dado, dicen NO. Se rebelan, no aceptan el relato y están dispuestos a cambiarlo. Gente normal entre gente normal pero cuyo espíritu sobresale como las estrellas que brillan en la noche oscura.

Ellos son los que no sucumbieron ante una presión, muchas veces tan bienintencionada como condicionada y equivocada. Presión fruto del miedo que se inoculaba constantemente, a través de los media. retransmitido como si una peste negra, como si de una plaga de Egipto (Ex, 11) se tratara. Muertos a centenares diariamente, mutaciones, mutaciones de las mutaciones, medidas extremas como usar pistas de patinaje como morgues improvisadas, falta de sanitarios, falta de medicinas, gente enloquecida intentando salvarse de una muerte que se anunciaba como segura. Bajo esas condiciones de estrés y terror mediático... ¿cómo no sucumbir atemorizados y aceptar o incluso implorar desconsoladamente cualquier medida que parara lo imparable, que protegiera a los que se consideraban desprotegidos.. a todo el mundo en general?

Los intactos, no guardan rencor a los polivacunados, no les acusan de nada. Siguen en su lucha, son la prueba definitiva de que esos remedios eran peores que los males que intentaban supuestamente curar. Medios desproporcionados con repercusiones sociales, personales, morales y de toda índole, que traspasaban gravemente el ámbito puramente médico. Y eso lo percibíamos todos. Sin embargo, no queríamos líos y preferimos agachar la cerviz, poner las cabeza bajo el ala que elevábamos para taparla, exponiéndola a ser agujereada por los malditos vacunoides.

Los intactos son la casa construida en la roca dura y no en la arena amorfa, relativista, centrista y moderadita. Y cuando vino una inundación de terror mediático deliberado, cuando el torrente de insultos de amigos y conocidos embistió contra aquella casa, cuando el huracán de reproches gubernamentales y de medidas sociales coercitivas y segregacionistas arremetió contra la casa, no tuvo fuerza suficiente para que sucumbiera, porque estaba fundada sobre la roca de la verdad, de la libertad, de la dignidad y fundada sobre el derecho natural. Resistieron la discriminación social de no poder ir a tomar un café a un bar si no llevaban la estrella de David coronavírico encima y en regla, señalados en las reuniones familiares y tratados como apestados y causantes de todos los males que nos aquejaban como antiguamente a los leprosos o a los que tenían SIDA cuando comenzó la enfermedad... pero no desfallecieron, continuaron su andadura resistentes a la adversidad. Estoicismo en estado puro. Algunos llegaron a perder sus trabajos. Otros los dejaron directamente conscientes del asco de vida a los que esos trabajos les habían conducido en la gran renuncia. Los que se plantaron públicamente contra la insensatez y el despropósito pero comprometidos con la integridad de su vocación, hundieron sus carreras, se arruinaron.

Si tengo que elegir a un buen amigo, tengo claro que será un intacto, porque son los mejores. Si fueron capaces de defender la verdad en las peores circunstancias, seguro que sabrán decirte la verdad a la cara, sin temor a no ser aprobados, a no ser comprendidos, a no ser respetados, ni reconocidos.

Imagino la cara de felicidad de sus ancestros viendo la resiliencia de sus descendientes, de la protección que ellos representan para todos. El CoViD ha sido un filtro improvisado que ha sacado lo mejor y lo peor de cada uno. Espero que no olvidemos esta lección de cara a los nuevos ataques con que nos amenazarán en el futuro.

Y lo mejor de todo es que, aislados como estábamos, lo hicieron individualmente; estando convencidos de que eran la excepción; una diminuta isla en un océano de histéricos arrebatados que corrían en manada cual estampida de búfalos huyendo de la muerte. Una huída hacia adelante ciega, en la que no veías el destino sino a tus congéneres corriendo febrilmente. Una búsqueda de una salvación segura que no se sabía dónde estaba, pero que, al igual que decía el conejo en el cuento de Alicia en el país de las maravillas ARNm; había que correr para ponerse los vacunoides rápido en una huida hacia adelante tan desquiciciada y como arrogante.

Sirva esta sencilla entrada de homenaje escueto a todos los intactos que no sucumbisteis y un fuerte ánimo a todos los que cayendo, se han levantado como Scarlet O'hara en la película "Lo que el viento se llevó", y puestos de perfil, sobre las ruinas humeantes a las que ha dejado derruida nuestra casa las llamas del CoViD, han dicho alto y claro "... A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a doblegarme, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, ¡a Dios pongo por testigo que jamás volveré a doblegarme!"

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