Aunque la bendición se vista de seda, bendición se queda

El accidente no cambia la naturaleza. Un gato pardo, no deja de ser gato por ser pardo. Del mismo modo, la actitud o intención de quien realiza la acción no cambia la naturaleza o consecuencias de la acción.

Otra cuestión diferente es la gravedad de la responsabilidad moral del acto. La intención o el condicionamiento o el contexto en el que se realiza la acción puede resultar en atenuantes o incluso en eximentes de responsabilidad o castigo, pero eso es otra cuestión.

Disculpen que comience con estas verdades del barquero pero es que, analizando determinadas "aclaraciones" sobre la declaración de la Fiducia Suplicans, uno no puede por menos que preguntarse si un sacramental bendecido en la calle tiene menos fuerza espiritual que otro bendecido dentro de la Iglesia o si el hecho de que lo bendiga un obispo tiene más valor que el hecho de que lo bendiga un curita de pueblo.

Por ejemplo, el cardenal Farrell resalta que las nuevas bendiciones autorizadas por Santa Sede, "espontáneas y pastorales", son bendiciones "sin formato litúrgico y ni aprueban ni justifican la situación en las que esas personas se encuentran".

Distinciones entre bendiciones según sean litúrgicas, sacerdotales o pastorales, no cambian la naturaleza de la bendición. Recordemos que las bendiciones que se denominan en la Fiducia como "ascendentes", que van desde el hombre hasta Dios, las puede realizar cualquier corazón que siente el impulso del Espíritu Santo para hacerlo, dentro de su libertad y en los términos que el Espíritu suscite.

Lo digo porque el accidente no cambia la naturaleza. Es decir, es el mismo Cristo, el hijo de Dios vivo, el que bendice a través de cualquier sacerdote, con independencia del cargo eclesial que tenga o incluso el estado de gracia en el que esté, que a la postre, es casi lo más importante en estos casos. La espontaneidad de la solicitud, la falta de formato litúrgico o simplemente la intención del sacerdote de no aprobar, ni justificar la relación pecaminosa de esas personas, no cambia la naturaleza real y práctica de la bendición.

Las bendiciones polémicas que aparecen en la Fiducia, son las "descendentes", es decir, las que Dios, por medio de la invocación del sacerdote, derrama sobre los bendecidos. La Fiducia reconoce que estas bendiciones conlleva el poder transformador del Dios e, implícitamente, el reconocimiento del mismo Dios sobre la bondad de lo bendecido. No sólo certifica y garantiza lo bendecido, sino que además derrama ayudas divinas sobre lo bendecido porque es agradable a Dios, es bueno y Dios mismo quiere que eso fructifique.

Es precisamente en el capítulo III, sobre las bendiciones de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo donde se propone una novedad artificial, sin fundamento en la tradición de la Iglesia, que consiste en degradar la intensidad o incluso retorcer la naturaleza de las bendiciones para convertirlas en una especie de bendiciones de segundo orden o de mentirijillas, dadas a título personal por el sacerdote, en condiciones que no se parezcan mucho a ritos normalizados y en lugares de culto, donde se bendice a la pareja, sin abandonar la relación que justifica su existencia como pareja o precisamente por ello. Y esto especialmente cuando dicha relación sea contraria a la voluntad de Dios. 

Y es aquí donde está la aberración teológica. La Fiducia se saca de la manga una distinción entre bendiciones que no era necesaria porque en la Iglesia, siempre se ha asumido que todas tenían la misma naturaleza; no había ningún clamor popular, ni dubia planteada por nadie, para resolver este intrincado enigma, del que nadie era consciente.

Si la intención no es bendecir la relación, ante la duda, no se bendiga. Si la intención es que no se confunda a los fieles sobre la intención de la bendición, no se bendiga. Si el tema es tan delicado y escabroso que permite fácilmente, por un error involuntario al no medir bien las palabras, acabar bendiciendo una unión contraria a la voluntad del mismo Dios que bendice, entonces ¿por qué explícitamente se solicita en el punto 38 de la Fiducia que "no se debe ni promover ni prever un ritual para las bendiciones de parejas en una situación irregular" y en el punto 41 que "no cabe esperar otras respuestas sobre cómo regular los detalles o los aspectos prácticos relativos a este tipo de bendiciones"?

La misma táctica que con el aborto

La táctica empleada ha sido la misma que con los circunloquios lingüísticos empleados para justificar el aborto. Lo primero es inventarse un nombre para justificar una diferencia en una realidad continua. Es como llamar con diferentes nombres a la persona humana que está dentro de su madre según el tiempo que haya transcurrido desde su concepción: mórula, feto, embrión, cigoto... como paso previo para justificar una inexistente distinción en una misma naturaleza que justifique racionalmente un tratamiento diferente o directamente su eliminación. Es crear una falacia que justifique la actividad innecesaria y contraria a la ley establecida.

Todo este montaje suena a trileros mareando el garbanzo dentro de los botes de las bendiciones para engañar al incauto. Un ejercicio de retórica teológica que al final, o no dice nada nuevo (95% de la Fiducia) o lo poco que aporta, contradice a la doctrina tradicional católica (5%).

Es un hecho público que existen dos iglesias católicas: una secularizada, deseosa de adquirir todos los modernismos y granjearse la aceptación y benevolencia del mundo asumiendo dentro de ella todo lo que ya han interiorizado otras denominaciones protestantes y otra fiel a la tradición de la Iglesia que pretende mantenerse fiel a la Verdad y que se pone como medallas los desprecios del mundo. 

El hecho práctico de que esta declaración es tóxica a propósito es que, de facto, está evidenciando la ruptura de la Iglesia en dos, a tenor de las declaraciones de obispos y cardenales sobre el documento papal. Esta declaración ha sido el cruce del Rubicón que ha puesto en marcha el cisma definitivo entre dos iglesias cuya cosmovisión y teología son irreconciliables. La paja que rompe la espalda del camello, la puntilla que se le mete al perseguido resto fiel.

Cumpliéndose las profecías de Nuestra Señora de Akita. En Akita, Japón.

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