Yo soy Charlie. Y Rushdie. Y Asia Bibi. Pero no Hebdo

Soy Charlie porque me alegro de pertenecer a una civilización en la que la libertad de expresión es muy amplia. En Occidente se puede publicar cualquier cosa, incluso un salivazo a lo Hebdo, sin terminar por ello en la cárcel o muerto. Prefiero vivir en un Occidente con libertad de palabra a veces prostituída o pervertida como en algunas viñetas y portadas del Jueves o de Hebdo o en manifestaciones artísticas que escupen sobre lo sagrado [1] [2] que en un mundo islámico en el que la gente es ejecutada o encarcelada por delitos de opinión o apostasía.
Cuando una empresa (en este caso el Charlie Hebdo) sufre una pena tan brutal, cobarde y desproporcionada, recordar lo desagradable de la publicación es tan inoportuno como si después del asesinado de tu hijo, alguien se negara a solidarizarse con él porque “era muy gamberro”. Antes del atentado, yo no era Charlie Hebdo; después del atentado, SÍ que soy Charlie, aunque sigo detestando a Hebdo. No hemos sido nosotros los que hemos decidido ser Charlie. Lo han decidido los terroristas por nosotros. Ahora, después de la masacre, de poco nos vale renegar de ser Charlie.
El objetivo de los terroristas es cambiar la mentalidad de sus objetivos. “Y no temáis á los que matan el cuerpo, mas al alma no pueden matar: temed antes a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” Mateo 10:28. Esta vez ha sido una publicación blasfema contra el Islám (aunque no sólo contra el Islám), en otras ocasiones y países han sido iglesias, conventos llenos de monjas, escuelas llenas de niños o mercados lleno de gente pacífica, sencilla y normal. Por eso, junto a los periodistas de Charlie, también cayeron vilmente asesinados dos policías nacionales, luego un policía municipal y cuatro civiles cuyo único pecado era estar de compras. Dos de las víctimas eran musulmanas. Es más, si cuando entraron en el periódico se hubieran encontrado en la redacción a una persona “expresando una enérgica repulsa” por los chistes realizados contra Mahoma, también lo habrían matado.
Decir yo no soy Charlie o no decirlo, no tiene ningún sentido porque TODOS YA SOMOS CHARLIE, nos guste o no, lo sintamos o no o lo queramos o no. “Yo soy Charlie” significa rebelarse en contra de que alguien pueda decidir “quién puede decir qué, y qué puede decir quién”. La libertad de expresión y la libertad religiosa son pilares fundamentales de una sociedad libre. Repugna mucho más el fanatismo salvaje que la blasfemia que dicen castigar, aunque ambas repugnen también.
Lo cierto es que el islam radical ha declarado la guerra a Occidente, así como a los musulmanes moderados de sus propios países. Es una guerra insidiosa de perfil bajo pero insistente y efectiva que no se libra sólo con ejércitos convencionales sino mediante golpes terroristas, psicología de intimidación y condicionamiento cultural.
Atentados como el de París (continuador del asesinato de Theo Van Gogh, que preparaba un documental sobre la sumisión de la mujer en el islam, culpando de ello al Corán), los islamistas pretenden imponerle a Occidente sus propias reglas antiblasfemia. Los Charlie Hebdo desafiaron esa imposición y pagaron con la vida. Otros –más intelectualmente enjundiosos y pero no menos ofensivos para la mentalidad musulmana que Charlie–, como Salman Rushdie, Geert Wilders, Ayaan Hirsi Ali o Magdi Allam, han pagado con décadas de ocultamiento y protección policial permanente.
Aceptar las restricciones islámicas en materia de expresión sería iniciar el camino de la dhimmitud (el estatuto de ciudadanos de segunda que el islam reserva a los cristianos y judíos); el gesto de Charlie, por tanto, es traducible como un valiente “No seremos dhimmis”. Ahora bien, para que esa posición sea coherente debería acreditarse una libertad total frente a cualesquiera tabúes: no sólo los del islam, sino también los de la corrección política.
¿Publicó Charlie Hebdo alguna vez salvajes sátiras racistas, homófobas, misóginas, antiizquierdistas? ¿Satirizó a líderes del movimiento gay con la misma saña que al Papa, a Jesucristo o a Mahoma? Está claro que se puede argumentar que no está este tipo de críticas dentro de la línea editorial de la revista. Pero, ¿Que pasaría si eso lo hiciera alguna revista cuya línea editorial fuera esa? Una revista que se dedicara, todas las semanas, a hacer chistes y viñetas extraordinariamente ofensivas en las que un día se presentara a todos los homosexuales como pederastas peligrosos. En otro número se los ridiculizara de manera humillante y en otro se carcajearan del asesinato de una pareja de homosexuales a manos de una banda neonazi. ¿Sería admisible semejante revista? Sólo pensarlo ya avergüenza. La libertad de expresión no incluye el derecho a incitar al odio contra los homosexuales, ni a hacer escarnio público de ellos, ni a celebrar con chistes el asesinato de los mismos. Imagino que el lobby gay se les echaría encima por homófobos. Se podría argumentar que los Hebdo no se metían con los católicos sino con la jerarquía católica y con el “catolicismo”. A este argumento se le puede dar la vuelta y decir que entonces la hipotética revista no se estaría metiendo con las personas LGBT sino haciendo una sana y graciosa crítica de lo LGBT.
Siguiendo con la argumentación anterior, ¿qué pasaría si un par de hermanos homosexuales, cansados de tanta insidia, se adiestrara en el uso de armamento y la guerra de guerrilla y atentara contra esa publicación que incita al odio contra los homosexuales y que, como resultado del ataque, murieran varios trabajadores de esa revista?.
Independientemente de lo hiriente o despreciable que fuera la revista, ese ataque sería un ataque terrorista injustificable, y los asesinos deberían ser perseguidos y castigados con la máxima dureza posible, como asesinos que son.
Pero el ataque contra esa revista anti-homosexuales no podría nunca ser calificado como un ataque contra la libertad de expresión, porque la libertad de expresión no incluye la incitación al odio, ni la sistemática humillación de ningún grupo humano, ni mucho menos la defensa o trivialización de la violencia contra personas. Se trataría de un asesinato despreciable e inhumano, de un ataque terrorista, de un crimen ideológico… pero nunca de un ataque a la libertad de expresión. En todo caso, bajo el prisma de los dos hermanos, no sería más que un ajuste de cuentas personal.
Lo que ya me dan arcadas es que alguien incitara una campaña pidiendo que, como respuesta al atentado, todos nos hiciéramos eco de esas viñetas que incitan al odio contra los homosexuales o que los humillan. El fuego no se apaga con más fuego. A nadie se le ocurriría pedir semejante cosa, ni reproducir las viñetas.
Hay que dejarse de correcciones políticas y llamar a las cosas por lo que son. La verdad os hará libres, Juan 8:32. El atentado contra Charlie Hebdo NO es un ataque a la libertad de expresión. Las viñetas anti-musulmanas de Charlie Hebdo no son más que basura islamófoba. Y así lo han entendido los asaltantes y esa, y no otra, es la razón por la que han ajusticiado, siempre de acuerdo con las leyes coránicas, a los infieles que además habían cometido el pecado de soberbia de ostentación bajo el manto de aparente impunidad laicista francesa. Y eso es lo que más ha dolido. Transgredir la aparente impunidad en la que se asientan muchos de los que ahora se lo pensarán dos veces antes de publicar algo contra el Islám. Por muchas manifestaciones que hayan, ya nada volverá a ser igual. Y si no, observen.
El 3 de julio de 2013, el gobierno militar egipcio dispersaba a tiros en El Cairo una manifestación de partidarios del depuesto presidente Morsi. Fueron asesinados a balazos 149 manifestantes; otros 403 resultaron heridos. ¿Qué hizo la revista Charlie Hebdo? Pues publicar a la semana siguiente una portada asquerosa, en la que se ve a un musulmán sosteniendo un Corán, que cae acribillado por las balas mientras exclama: “¡El Corán es una mierda! ¡No detiene las balas!”.
¿Es esto humor?¿Es esto libertad de expresión?¿Me anima esto a publicar estas imágenes en mi blog?. Califiquen la catadura moral de una linea editorial capaz de reírse de esa manera del asesinato a sangre fría de 149 personas a manos de una infecta dictadura militar. Pónganse Vds en la piel de las familias de esos asesinados y díganme: ¿qué sentirían Vds. al ver esa portada de Charlie Hebdo una semana después de perder a sus seres queridos? Ciertamente, declaro mi antipatía por este tipo de publicaciones que no me merecen el más mínimo respeto.
Y no se trata de un hecho aislado de Charlie Hebdo. Publicar viñetas en donde aparece la cara de Mahoma con una bomba como turbante no es otra cosa que decirle a todos los musulmanes que su profeta es un terrorista e incitar al odio contra el musulmán por el simple hecho de serlo. Y pintar chistes burdos y ofensivos donde a los musulmanes se los presenta sistemáticamente como incultos, violentos y fanáticos, es humillar de manera gratuita a todo un colectivo.
La libertad de expresión no lo ampara todo. No se puede insultar infundadamente a nadie salvo delito de injurias. No se le puede imputar a nadie hechos delictivos o deshonrosos que no sean ciertos, porque sería un delito de calumnias. Una cosa son las ideas y otras las personas que las sustentan o que las siguen o que creen que son verdad. Algunas de esas ideas merecerían no haber sido escritas nunca o mejor aún escritas en papel higiénico. Pero no puedo apoyarme en ellas, por más que las deteste o piense que son una gran mentira, para humillar o predicar odio contra ningún grupo humano por cuestiones de raza, sexo o religión, porque estaría vulnerando los derechos constitucionales de otros.
Hacer chistes sobre las cámaras de gas no es libertad de expresión, sino una ofensa gratuita que ataca la libertad religiosa de los judíos y banaliza la realidad histórica. Desnudarse delante del altar de una iglesia mientras se celebra una misa o hacer viñetas obscenas sobre la Virgen María no es libertad de expresión, sino una ofensa gratuita que ataca la libertad religiosa de los católicos. Es la prostitución de la libertad de expresión. Y, de la misma manera, pintar un cerdo en la pared de una mezquita o publicar chistes riéndote de las creencias de 149 manifestantes asesinados en Egipto no es libertad de expresión, sino una ofensa gratuita que ataca la libertad religiosa de los musulmanes.
El compromiso con la libertad de expresión sólo es creíble si opera con simetría, si verdaderamente todo es tocable: el feminismo, el libertinaje sexual, el ecologismo y demás dogmas postmodernos. ¿Se aprecia esa coherencia en la Europa actual? No. Algunos de los que esta semana eran Charlie interpusieron demandas contra los obispos Reig Plà y Sebastián por “ofender a los gays” con sus declaraciones sobre la homosexualidad. Predicadores como Ake Green o Dale McAlpine han sido sancionados, no por exhortar a la violencia contra nadie (el único límite incuestionable de la libertad de expresión, junto a la calumnia), sino por infringir la ortodoxia feminista-homosexualista-relativista o el caso Intereconomía que sirvió de chivo expiatorio y de aviso a navegantes por contraponer el Día del Orgullo Gay al “día de la gente normal”.
Todos esos mantras buenistas que intentan conjurar el conflicto negando hipócritamente su existencia: “El Islam es una religión de paz”, “los terroristas no eran auténticos musulmanes”, “el Islam es parte del ser alemán” (Angela Merkel)… La insistencia en considerar “islamófobo” o “ultraderechista” a cualquiera que constate lo obvio: que el islam es una religión conflictiva, como acreditan su historia y sus textos sagrados, llenos de exhortaciones a la yihad; que la integración de la inmigración islámica ha fracasado en Europa; y que habrá que estudiar soluciones que no confundan a justos con pecadores y que respeten los derechos humanos (restricciones de la inmigración, vigilancia de las mezquitas y las redes sociales, etc.).
Pero más importante que lo anterior es que Europa vuelva a creer en algo. La Europa con complejo de inferioridad, construída en el nihilismo, sin hijos, envejecida, blasfema, licenciosa, que reniega del cristianismo que la fraguó (sí, la Europa de Charlie Hebdo) que no sabe lo que es, que no se reconoce y que no se respeta a sí mismo no inspira respeto ni puede generar admiración en los musulmanes recién llegados.

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