Hacia una sociedad cada vez más fea

Uno de los efectos colaterales de la crisis permanente que nos arrastra hacia un nivel de vida cada vez menor es la pérdida de belleza. En tiempos de bonanza la belleza surge como por generación espontánea. Como las flores en primavera. Siguiendo el símil de la naturaleza, cuando llegan los rigores invernales, la belleza se retira o simplemente, se marchita.

Ya comenzamos a percibirlo hace tiempo. Como no hay dinero, se retrasa la construcción de infraestructuras. Si no se comienzan, no se ven y el paisaje queda en su belleza original. La coartada ecológica viene muy bien para justificar el retraso. Pero si las obras han comenzado, al retrasarse o incluso paralizarse, queda todo a medias, con material de construcción por el medio, entornos sin urbanizar o arreglar, con lo que todo queda por mucho más tiempo más feo. Así se pueden ver armazones de edificaciones urbanas que llevan años con el esqueleto al aire sin que nadie se atreva a colocar la carne de ladrillos y cemento que le dotarían de dignidad al edificio, PAIs vallados y urbanizados sin edificios en su interior, grandes urbanizaciones fantasmas en las que apenas vive nadie y los que viven, han transformado sus viviendas en fortines al estilo mad max. Todo sea para poder defenderse del pillaje que va desmantelando poco a poco el resto de viviendas convirtiéndolas en cadáveres que van transformando el otrora edén adosado en triste cementerio.

Los edificios habitados que requieren mantenimiento se apañan con una capa de pintura, el que puede permitírsela. Muchos bajos comerciales cierran y en su lugar un lacónico se vende o se alquila aparece. Durante meses no aparecen nuevos dueños.

Las calles van llenándose de mugre porque así el ayuntamiento se ahorra algo también en la limpieza. También se llenan de socavones que tardan una eternidad en repararse porque no hay dinero para comprar material de construcción con el que reparar el suelo o bien porque la contrata de mantenimiento es llamada ahora con cuentagotas. De esta forma, para cuando viene a arreglarse una parte, ya hay otra que reclama nuevo pavimento. Para cuando sea insufrible el paso por dichas calles, se parchean y no se reasfaltan.

Los coches se van llenando de abolladuras porque si el seguro no cubre la reparación, no se repara. La edad media de los coches aumenta, como la cantidad de clientes de los talleres de reparación, que no de los concesionarios. Los coches nuevos que se ven, en proporción son cada vez más potentes y caros, pero en números absolutos, la duración de la numeración de las matrículas aumenta. Los que tienen dinero, siguen gastando y el resto se retrae.

Los castillos de fuegos artificiales en las fiestas son cada vez más pequeños, las fallas cada vez más pequeñas, los muñecos son más simples, con menos detalles pintados, menos elaborados y la extraña sensación de haberlos visto antes en algún otro sitio porque han sido reutilizados los moldes para abaratar, se rebajan la cantidad de conciertos y la fama de los trovadores que vienen a cantarnos. Los colegios presentan cada vez aulas más masificadas, con desconchones, más sucios, con menos profesores, pero más viejos, cansados y nerviosos.
Se ponen de moda las rodilleras y las codilleras. Se van viendo más ojeras, caras más tristes y cansadas, plantillas en las empresas más viejas y gastadas, más conflictividad laboral, más divorcios,…
En fin, habrá que trabajar más.

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